miércoles, 4 de julio de 2007

Comentario 8

Resulta de gran interés la temática planteada en los textos de Turton & Henwood (2002) y Elhance acerca de la consolidación de nuevos campos de estudios relacionados con el recurso hídrico. Situación que indudablemente refleja la agudización de los conflictos por dicho recurso y en general los conflictos ecológicos. En este mismo sentido, es bastante ilustrativo el balance bibliográfico y la clasificación de los distintos tipos de estudios que tienen como centro de análisis el agua. A través del recuento de temáticas (el conflicto, el ambiente, la seguridad y la sociedad y la cultura) es evidente que en la actualidad los estudios en torno a los recursos naturales han conducido a trabajos en los que la interdisciplinariedad se posiciona. Si bien al parecer es una tendencia en el campo de la investigación, debe señalarse que particularmente los estudios en torno a los recursos naturales implican el trabajo conjunto de ciencias naturales y disciplinas sociales. Biólogos(as), economistas, geógrafos(as), antropólogos(as), ecólogos(as), politólogos(as) tienen algo que decir frente a los conflictos ecológicos que se presentan cada vez más con mayor intensidad. Enfatizar este aspecto de la inter o transdisciplinariedad es importante para mí, puesto que considero que representa un gran reto, en la medida que nos obliga a ampliar nuestro campo de mirada y nos implica la comprensión y la aprehensión de otros tipos de lenguajes a partir de los cuales describimos y comprendemos la realidad. Cuando se trata de disciplinas mucho más distantes, es cuando realmente podemos evidenciar las diferencias entre los lenguajes de cada campo de investigación, pero al mismo tiempo cuando nos vemos en la situación de pensar y tratar de implementar metodologías a partir de la cuales podamos explicitar caminos alternativos para asumir los problemas de las sociedades contemporáneas.

Ahora bien, considero que en este sentido el trabajo de Turton & Henwood logra llamar la atención acerca los límites y alcances del concepto y al mismo tiempo campo de análisis denominado hidropolítica. Es decir, ante las problemáticas socio – ambientales actuales y ante la exigencia multidisciplinar que nos exigen, es preciso avanzar crítica y reflexivamente en cuanto al tipo de conceptos y metodologías que se requieren.

Por otra parte, el texto de Elhance nos introduce en este tema y nos evidencia la importancia del enfoque de la hidropolítica para analizar la escasez y la interdependencia que comparten los estados en los que se encuentran cuencas hídricas de gran importancia. En este trabajo resulta interesante como se ponen en la mesa de discusión el concepto de estado y por ende de soberanía, si se enfocan los derechos de propiedad sobre los recursos presentes en el territorio. Pero es aún más interesante la idea de ver el conflicto en relación necesaria con la cooperación, puesto que nos evidencia cómo en la escala de los estados la cooperación (o en términos más realistas la negociación) es algo que no puede ser esquivado tan fácilmente por los aparatos estatales. Aunque no dejan de haber situaciones en las que efectivamente algunos países como EUA (en el caso del protocolo de Kyoto sobre el cambio climático) puede pasarse por alto o simplemente dar largas a la firma de este tipo de acuerdos, de una forma muy estratégica. Ahora bien, el interés de estudiar justamente las dinámicas de conflicto y cooperación de las cuencas hídricas internacionales, presentes en diferentes regiones del llamado Tercer Mundo, alude justamente a la compleja relación entre pobreza y deterioro ecológico provocada por los tipos de ordenamiento territorial hegemónicos difundidos durante el colonialismo y el imperialismo de Occidente.

Aunque es indudable que la perspectiva geográfica bastante pesa en el campo de análisis de la hidropolítica, considero que es justamente ahí donde se nos sugiere que como antropólogas(os) recurramos a la creatividad metodológica que nos caracteriza, para poder evidenciar justamente aquellos aspectos o perspectivas locales que por lo general se difuminan, cuando se abordan los problemas con una escala como la que corresponde al estado. En este mismo sentido, considero que poder delinear con mayor precisión un concepto como el de territorio puede permitirme (en mi investigación particularmente) y quiza permitir establecer esos puntos de encuentro en los que metodologías antropológicas y geográficas puedan fortalecerse y contribuir al análisis de los contextos de poder que enmarcan la apropiación, el control y la distribución de los recursos naturales.

miércoles, 20 de junio de 2007

Comentario 7

Si bien los textos correspondientes abordan dos campos diferentes, por un lado la producción agroalimentaria alternativa y por otro lado la restauración ecológica, tienen varios puntos de encuentro.

Como primera medida giran en torno al “campesinado” como actor principal del desarrollo de este tipo de propuestas. Cuando utilizo este concepto me estoy refiriendo a los pequeños y medianos propietarios y productores que se asientan en las zonas rurales. Es este sector de la población (hombres y mujeres, por supuesto) en quienes recae buena parte de la posibilidad de consolidar los mercados alternativos y/o la posibilidad de restablecer en algún grado los atributos de los ecosistemas que se han deteriorado. Si bien la realidad económica, ecológica y social que ellos viven es quizá la más difícil, así mismo la posibilidad de generar mejores condiciones de vida representa para ellos un gran desafío. Sin el campesinado, el consumo reflexivo - del que nos habla Alma Gonzáles - no tiene muchas posibilidades, en tanto que la restauración ecológica no puede tener alguna continuidad en el mediano y largo plazo.

Un segundo punto de encuentro es la noción de territorio del que parten y que proyectan. Es el campesinado el que ha permanecido en sus localidades, a pesar de las difíciles situaciones de marginación económica e incluso de exclusión espacial mediante la definición de Áreas Naturales Protegidas. Dichas tendencias a la permanencia, para mi constituyen indicios de una manera particular de experimentar el espacio rural, de vivir en él, de aprovecharlo estratégicamente y en cierta medida de reivindicarlo como un espacio de vida. Estas reivindicaciones (explicitas o implícitas) pueden estar relacionadas con el ejercicio de la propiedad que tienen la posibilidad de ejercer, porque como bien se dice no hay nada mejor que “vivir en lo propio”. Pero además frecuentemente están cargadas de significados a través de los cuales se consolida “el arraigo” y así entonces el sentido de pertenencia a un determinado territorio. Estas reflexiones frente al modo de asumir el espacio vivido, son las que me han conducido a enfocar el territorio como un aspecto fundamental para comprender al campesinado contemporáneo, y por consiguiente para promover cualquier tipo de acción que tenga como fin el apoyo al campesinado y la conservación de sus territorios (en cuanto propiedad y en cuanto entorno ecológico). Incluso podría argumentar que sólo de esta manera, la restauración ecológica con participación comunitaria tiene sentido para el campesinado. Sólo de esta manera, los pobladores locales emprenderán y consolidarán procesos colectivos que tiendan a la recuperación de la vegetación nativa, los nacimientos de agua, la fertilidad de los suelos, entre otras acciones que comprende la restauracion.

Considero que el artículo de Alma también existe una idea distinta del territorio. Desde mi punto de vista, la idea de propender por la proximidad territorial en los intercambios de alimentos, hace referencia a los procesos de desterritorialización devenidos de la internacionalización de la economía capitalista y de las políticas de importación de alimentos que ponen en jaque a productores y consumidores, socavando aún más las soberanías territoriales y por ende alimentarias. Incluso la critica que la autora hace a la dependencia a los mercados extranjeros, evidencia el modo tajante como se plantea el papel del territorio y el valor estratégico que se le otorga. Aquí ya no solamente es un territorio para los campesinos, es un territorio para productores y consumidores que reivindican el “cara a cara”, el contacto y el respeto por el otro y por la vida digna de todos.

Y un tercer elemento en el que confluyen, es la alusión a la investigación – acción, como metodología de trabajo. Al respecto considero que existen muchas maneras de asumir e implementar este tipo de metodología. Por otra parte, esta el hecho de hasta dónde efectivamente uno puede llegar y hasta dónde los actores van a asumir su participación. En este sentido, nuestros textos no deben ser leídos como referentes de una realidad acabada, sino antes bien como una realidad que aún esta en juego, que no empieza ni culmina en un texto escrito y que sólo adquiere la dinamicidad y el estatus de proceso social con el esfuerzo de muchos y muchas...

lunes, 18 de junio de 2007

Comentario 5

¡Lo natural por supuesto! He ahí el problema al que nos apunta la ecología histórica o la historia ambiental, como disciplinas que trabajan en las zonas límites de otras más recocidas. Asimismo, se trata de un debate añejo en la antropología centrado en la relación entre naturaleza y sociedad o como lo prefieren algunos autores entre naturaleza y cultura. Dicho debate ha puesto y sigue poniendo en tela de juicio las bases del conocimiento científico producido en muchos campos.

Ahora bien, son innegables las capacidades que ha consolidado la arqueología de integrar su forma de producir conocimiento con disciplinas afines como la historia pero también con otras más distantes como la ecología. En este sentido, las propuestas de Steward han cumplido un papel fundamental para diferentes investigadores, particularmente arqueólogos, aunque recientemente otro tipo de investigadores interesados en contemplar con mayor cuidado la dimensión espacial (el entorno, el ambiente) en los procesos sociales. Recientes artículos (Boehn, Tomé) incluso se han dedicado a relacionar nuevas temas de investigación (el conflicto ambiental, los cambios sociales que se reflejan en los entornos, el imperialismo o la deuda ecológica) con los trabajos adelantados por Steward. Más que un renovado interés por el autor, encuentro yo una necesidad de vincular nuestros modos de plantear nuevos problemas con inquietudes y maneras de asumir problemáticas anteriores.

Entrando en materia, considero que los textos de Denevan y Clearly, más cercanos a la arqueología nos dan cuenta ya no de un debate filosófico acerca del dualismo entre naturaleza y sociedad, sino de la objetividad del dato o de la evidencia objetiva que debe recibir una adecuada interpretación. Al poner justamente el énfasis en la intervención del hombre en la naturaleza, es que los conceptos de “natural” y de “paisaje” adquieren un nuevo carácter. Es de esta misma manera como la naturaleza prístina de los indígenas se evidencia como mito, e incluso como un mito que ocultó el genocidio de los habitantes de los territorios precolombinos, de acuerdo con la postura de Denevan.

Pero si la naturaleza ha sido intervenida a lo largo de la historia humana, no es posible ignorar la sorprendente capacidad de regeneración de los ecosistemas. De este modo, ni los nativos pueden seguir viéndose como sujetos pasivos, ni los mismos ecosistemas. Ellos son vida en constante dinámica y adaptación, más que entidades que abstraemos de la realidad y que por lo mismo estabilizamos en el curso del tiempo. Si lo natural no es tan natural como creíamos, y si la degradación actual se relaciona con la larga historia de intervención de la naturaleza, ¿qué sentido tiene el afán proteccionista que busca delimitar y aislar áreas de la acción humana como piezas de museo de gran escala? ¿En realidad, dónde esta el problema? ¿Qué es lo que en el fondo se persigue? A través de este tipo de inquietudes que nos sugiere al final de su artículo Denevan, son las que nos evidencian no sólo la trascendencia de una perspectiva histórica, sino de la posibilidad que tienen estos trabajos para sugerirnos interrogantes en la actualidad. En este sentido, aunque Clearly considere que su trabajo sobre las transformaciones de los paisajes sea únicamente una imagen para leer el pasado, dicha palimpsesto tiene por función también sugerirnos (no necesariamente resolvernos) inquietudes y modos de asumir problemáticas que en apariencia parecen novedosas, pero que a la larga nos hablan del eterno retorno de la condición humana en su relación con el entorno.

No sólo son los mitos del descubrimiento de América son los que tenemos que reflexionar, también aquellos que estamos acostumbrados a utilizar cuando tratamos de explicar la degradación de los entornos u otras problemáticas contemporáneas. Justamente considero que los trabajos recientes relacionados con la ecología política, las tensiones y contradicciones de la política ambiental tratan de evidenciar los mitos a través de la decosntrucción de los discursos y los “dispositivos de poder” de los que nos habla Leff (imágenes, ideas, explicaciones, etc que se difunden y conforman regímenes de verdad, como plantea Foucault). Y en todo caso, no me quedo convencida que desvelarlos sea suficiente, aunque considere que es un gran paso en la posibilidad de pensar y hacer antropología reflexivamente.

viernes, 15 de junio de 2007

Comentario 6

Es indudable que el tema de la relación naturaleza – sociedad evidencia una explosión diversa de discusiones multidisciplinarias. Los textos de Leff y Paige nos dan cuenta de alguna parte de ellas, aunque sus planteamientos se encuentran en campos cercanos pero distintos. Mientras Leff parte de las discusiones ecológicas para delinear su concepción del desarrollo sustentable, Paige parte de la antropología para ofrecer una lectura crítica del discurso y practica de la “conservación como desarrollo”. Casi podría decirse que la postura de Leff es constructivista, mientras que la de Paige es la deconstrucción. Viendo así las cosas, se concluiría que Leff ofrece una postura crítica al régimen capitalista pero permanece integrado al campo discursivo del desarrollo. Paige deja entrever una postura independiente que le permite hablar abiertamente de las situaciones conflictivas y contradictorias del discurso y la acción de este modelo de desarrollo.

Con solo dos años de haberse publicado estos trabajos nos evidencian el salto cualitativo que se da en la investigación. Para Paige el problema de investigación ya no gira en torno – como en el caso de Leff- en cómo pensar y hacer el cambio social. Difícilmente podría decirse que la autora adopta el “punto de vista del nativo”. Asimismo, su narrativa no lineal de los acontecimientos y el estilo mismo de abordar la problemática – producción social de la naturaleza y las relaciones sociales en torno a dicha producción – nos evidencian un carácter distinto del análisis antropológico. Dado que este trabajo es bastante cercano a mi tema de investigación y a la perspectiva de análisis que quisiera emplear, me resulta imposible no pensar en el texto en términos teóricos y metodológicos. Cuando Paige se hace la pregunta acerca de cómo abordar etnográficamente el proceso dialéctico entre espacio, lugar, tiempo, naturaleza y sociedad, entendí que ¡somos varios quienes andamos en este intento! Por eso considero que trabajar en los límites disciplinarios exige mucha creatividad.

Curiosamente, Paige al final del análisis sobre la construcción de Crater Mountain retorna a cuestiones clásicas de la antropología: “el intercambio de dones” y nos ofrece una interpretación sucinta sobre la posición de los “Gimi” y la manera como entablan relaciones sociales con los agentes de la conservación. Esto es así porque su análisis, en buena medida se centra en el análisis antropológico de la producción de lugares acordes con modelo de desarrollo que media con la perspectiva de la conservación. Si bien estoy de acuerdo con que la antropología ya no se localiza estrictamente en un lugar, pienso que nos enfrentamos con la dificultad metodologica (y de tiempo por supuesto) de poder hacer un análisis que nos permita profundizar en la multiplicidad de aspectos y mundos de los actores a quienes nos acercamos. En todo caso representa un aliciente para dar continuidad a las investigaciones.

Acerca del texto de Leff me parece importante destacar su interes por el conocimiento de las comunidades campesinas e indígenas, algo que – creo yo – engloba bajo el concepto de cultura. Justamente el problema de utilizar conceptos tan amplios radica en que no podemos dar cuenta de la infinidad de situaciones que pueden presentarse en torno a una problemática concreta. Si bien Leff es reconocido por su perspectiva política de la ecología, encuentro desalentadora la ausencia de una lectura de los conflictos ambientales, más allá de una interpretación que ubica en posiciones diametralmente opuestas a aquellos que se rigen por una racionalidad capitalista y aquellos que al parecer no (comunidades indígenas y campesinas). Considero que la reivindicación del conocimiento “local” debería ser menos demagógica y mucho más estratégica. Es la gente del campo, de las comunidades quienes más claro lo tienen. Y en todo caso, siempre nos darán sorpresas, porque lo más probable es que sus acciones no se asemejen en mucho a nuestros ideales.

jueves, 31 de mayo de 2007

Comentario 4

Quizá la diferencia principal entre el Tercer Mundo y el Cuarto Mundo al que nos acercan Castells (2003) y Davis (2004), es que el carácter de la pobreza es distinto.

En la emergencia del Tercer Mundo, la pobreza no sólo era uno de los aspectos que justificaban pensar que el planeta se encontraba dividido en tres partes, sino que era lo que a toda costa había que superar. Sólo así los países subdesarrollados tendrían la posibilidad de experimentar condiciones de vida similares a aquellas con las que se cuentan en los países del Primer Mundo.

En el Cuarto Mundo, en cierto sentido la pobreza o mejor la MISERIA, en vez de ser el foco de atención parecería representar aquello del cual el mundo “no quiere saber”, o aquello con lo cual “no se sabe que hacer”. La miseria del Cuarto Mundo corresponde a los “agujeros negros” o las “ciudades perdidas” del sistema, desde el punto de vista de aquellos que se encuentran en los nodos de la Sociedad Red. Quizá en estos espacios lo que menos importa es la superación de la miseria. Allí, ella se ha convertido en una condición estructural para la reproducción del sistema en los flujos de capital más absurdos y denigrantes. Piénsese en el trabajo informal que deben realizar los niños y niñas en los diversos agujeros negros del mundo.

Así entonces, a mediados del siglo XX los pobres eran los sujetos a quienes había que integrar al sistema. No obstante, al comenzar el siglo XXI, su integración ha resultado paradójicamente en una forma de exclusión funcional.

Por otra parte, aunque haya diferencias no puede negarse que tanto en el Tercer y en el Cuarto Mundo la pobreza ha sido creada, fabricada casi deliberadamente. El proceso descrito por Castells en el caso de África y la evaluación comparativa de Davis sobre los Programas de Ajuste Estructural (PAE), dan cuenta de ello.

Una vez más, me resulta interesante la metáfora utilizada por Castells para pensar las sociedades contemporáneas. La imagen de la Red nos permite vislumbrar las dinámicas contemporáneas tanto espacial como procesualmente. De ahí que podamos captar la idea de los “agujeros negros” y de cómo ellos abarcan “grandes áreas del globo…pero también esta presente en cada país, en cada ciudad, en esta nueva geografía de exclusión social” (Castells. pp.: 198). Así mismo, es bastante interesante el análisis sobre las dinámicas urbanas contemporáneas que presenta Davis, para analizar el surgimiento de nuevas ciudades (dentro o en inmediaciones a los nodos principales de la red) en las que la pobreza se urbaniza.

Para ambos autores, aunque de formas un poco distintas, el papel de la ciudad sigue ocupado un lugar central para entender las realidades contemporáneas. Y ello es debido, en el caso de Castells, porque este autor se centra en analizar el capitalismo informacional basado en la tecnología y en la primacía contemporánea del mercado de los servicios. En el caso se Davis, es debido a que su planteamiento se centra en las políticas internacionales de desregulación agrícola cuyo efecto principal es la “descampesinización”. En esta medida, ambos trabajos aluden un cambio en las relaciones rural/urbano, sin embargo al no abordarlo del todo parecen sugerir
– particularmente Davis – el fin del campesinado y por ende del campo en el que éste se encontraba. Y es ahí cuando me pregunto si es del todo así, o si en un futuro no muy lejano efectivamente los espacios rurales se vaciarán completamente de la gente que poseen menos recursos.

Es indudable que es una tendencia histórica la migración hacia las ciudades, es indudable que la dicotomía campo/ciudad ya no nos da para explicar las realidades, pero sin embargo me cuesta aceptar la idea de la “descampesinización” puesto que considero que la cosa es mucho más compleja. Considero que los sujetos, por mucho tiempo denominados “campesinos”, han adoptado y siguen adoptando diversas maneras de continuar en sus territorios, de aprovechar la movilidad espacial entre el campo y la ciudad, de obtener beneficios económicos de las dinámicas de producción agrícola pero también de la diversificación de sus labores. Recientemente, algunas investigaciones en Colombia han evidenciado que un gran porcentaje de los alimentos de los que se abastece Bogotá, continúan siendo producidos por pequeños productores.

A qué tipo de mundo (tercero, cuarto?) corresponde la situación vivida en la actualidad por la población rural en países como México o Colombia? ¿Qué condiciones deben manejar para vivir en el campo aunque no vivan de él?

Con esta reflexión no quiero poner en duda las realidades y procesos sociales a los que aluden Davis y Castells en los contextos urbanos, simplemente quisiera señalar dinámicas que también se dan en la actualidad en los contextos rurales y que considero no deberíamos dejar de cuestionar.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Comentario 3

El trabajo de Greger es un trabajo que ilustra con amplitud y gran variedad de datos la nueva emergencia de enfermedades transmitidas por animales, aunque no alcanza a elaborar una perspectiva teórica que nos permita entender las múltiples variables sociales, económicas y políticas que inciden en ese aparente “control” del hombre sobre la naturaleza. Sólo en algunos apartados alude a los cambios en los procesos de producción, los modos de vida, identifica los factores antrópicos que llevan a un cambio exacerbado de los entornos, o enuncia los nombres de grandes multinacionales que se han visto vinculadas con intoxicaciones de clientes. Es innegable que trabajos como estos ofrecen información y evidencias “científicas” sobre temas con los que apenas estamos familiarizados, sin embargo considero que algunos de estos análisis no asumen del todo una posición crítica frente a los contextos sociales de poder en el que se dan las condiciones para el surgimiento de las enfermedades. Ahora bien, el riesgo esta en que en cierta medida se asume a la humanidad como una entidad homogénea, carente de tensiones y desigualdades. Y aunque no sea esta la postura, el poco énfasis o la poca exploración de los factores y contradicciones sociales que existen, en todo caso puede llevar al lector(a) a asumir sin cuestionamientos la perversidad de la “naturaleza humana”. Hay mucho más detrás de esta trama de evidencias objetivas sobre la nueva emergencia de enfermedades infecciosas y es necesario plantearlo y difundirlo. De otra manera, nos quedaremos en la ilustración escalofriante y en la expansión del pánico, que no necesariamente conducen a la transformación de las problemáticas.

Adentrándome en los contenidos del texto, considero por otra parte, que este tipo de trabajos nos evidencia la mayor importancia que han adquirido las investigaciones sobre las enfermedades con una perspectiva histórica, aunque existen diferentes enfoques. Algunos de ellos asumen una perspectiva de la Historia Ambiental y otros aluden a los procesos de trasformación de las enfermedades a través del tiempo sin profundizar en la relación sociedad – naturaleza.

Considero que Greger para argumentar su planteamiento sobre la emergencia renovada de las enfermedades infecciosas alude a procesos históricos y los explica desde un punto de vista cercano a la ecología. Así entonces para responder a la pregunta de por qué emergen enfermedades en la actualidad cuando se supone que la humanidad ha desarrollado sus capacidades tecnológicas, Greger alude a diferentes momentos en que las enfermedades proliferaron. Un primer momento hace referencia a los procesos de domesticación de los animales, la mayor parte de ellos mamíferos, que esta relacionada con el establecimiento de los grupos sociales en un espacio específico y la mayor sedentarización de sus actividades. Otro momento significativo se da a lo largo de la revolución industrial – siglos XVIII y XIX - en la que surgen las llamadas “enfermedades de la civilización”: cáncer, diabetes, enfermedades del corazón, entre otras. Y finalmente, el resurgimiento de las enfermedades infecciosas, desde hace aproximadamente 30 años, relacionadas con los cambios ambientales drásticos que se han dado en todo el mundo, las formas de manejo de los ciclos de vida de animales domesticados como parte de procesos de producción masiva. Así entonces, el autor ofrece un variado espectro de casos en los que los virus y bacterias, no sólo se adaptan como cualquier otro organismo a los cambios ambientales, sino que desarrolla mecanismos que le permiten “saltar” de algún animal a la especie humana.
Por otra parte, Greger alude a una serie de enfermedades infecciosas que tienen origen en diferentes prácticas culturales, prácticas agropecuarias y patrones de consumo que estructuran diferentes tipos de mercados. Algo que hace posible pensar al – siguiendo los argumento del autor - al hombre como fabricante de sus propios males. ¿Es entonces el control, antes bien, una forma desconocimiento? Una respuesta afirmativa pondría en duda el status del método de conocimiento, tal y como se ha vuelto hegemónico en el contexto de la economía – mundo.

Con el texto, queda la sensación de que la lista de evidencias del resurgimiento de las enfermedades infecciosas puede seguir, así como podría seguir poniéndose en evidencia de las tecnologías, las tendencias en la producción y manejo de los animales con fines mercantiles. Sin embargo es de cuestionar si es el temor frente a la posibilidad de experimentar una pandemia cambiaría en lo fundamental esa manera de relacionarnos con la naturaleza, repercutiría en la disminución de las muertes de niños y madres, entre otros sujetos más propensos a las enfermedades infecciosas?

De igual modo como el discurso del desarrollo creo la pobreza del Tercer Mundo, en la cual se ha invertido inmensas cantidades de dinero, experimentamos la creación de enfermedades, tanto discursiva como objetivamente, cuyo propósito pareciera ser más bien la continuidad de los procesos de acumulación capitalista en sectores de producción donde la tecnología y el conocimiento experto tienen las de ganar.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Comentario 2

El distanciamiento entre la sociedad y la naturaleza es una tendencia hegemónica. La diferenciación, distinción un principio para el control y construcción de “lo natural”, como bien lo planteaba Castells acerca de manipulación de los ciclos biológicos.

Con los artículos de Lind & Barham (2004) y Rayner et. al. (2007) nuevamente nos acercamos a situaciones paradójicas del mundo contemporáneo acerca de la mercantilización de alimentos y las implicaciones para la salud, en cuya base esta justamente el extrañamiento de la naturaleza. Cabe resaltar que dicha diferenciación pareciera ser más sutil o más cargada de eufemismos a medida que la escala de los procesos aumenta y las posibilidades de comprender la dimensión de los flujos es para muchas personas inimaginable.

Ahora bien, de repente resulta más fácil comprender que una persona de la ciudad[1], no tenga mayor idea acerca del origen de los alimentos que se encuentran en su plato, ni mucho menos acerca de los procesos de producción que subyacen en ellos. Sin embargo, desde hace ya mucho tiempo – con la implementación de la revolución verde – en las áreas rurales este desconocimiento es evidente aunque no de igual forma. Que un campesino desconozca el proceso de producción de las semillas certificadas que utiliza en su trabajo agrícola es actualmente “lo natural”. De lo anterior se puede anotar que la mercantilización de las semillas, así como de los alimentos, atraviesa todos los espacios. Por esta razón, la diferenciación entre lo rural y lo urbano se estructura de otras formas en la actualidad, pero definitivamente no como una oposición dicotómica.

Adentrándome a los aportes de las lecturas, quisiera destacar la manera como Lind & Barhman encuentran casi una excusa[2] en la tortilla para hablar de los vínculos entre las dimensión de la economía política y la dimensión de lo cultural – simbólico, evidenciables en la mercantilización mundial de los alimentos. Asimismo, resulta muy interesante la manera como evidencian el papel de los significados en la transformación de un objeto en mercancía, retomando los trabajos de Appadurai (1986) y Radin (1996). Algo que definitivamente me trae a la memoria la idea de Sahlins (1976), quien desde mediados de los 70 ya planteaba los modos de producción simbólica como una dimensión simultánea a los modos de producción material. De este modo, los autores profundizan en los procesos de significación que intervienen en la construcción de mercancías e incluso exploran la objetivación, el carácter fungible, la conmensurabilidad y la equivalencia monetaria, como diferentes aspectos que indican si un elemento condensa o no un proceso de mercantilización. Siendo esta una cuestión de significados, el carácter sagrado de algunos objetos – tales como el maíz – causa inquietudes acerca de las implicaciones que trae su transformación en mercancías. Al reconstruir la historia social de la tortilla, desde la era colonial hasta la globalización, los autores concluyen que se produce profanación de la cultura de la tortilla. Sin embargo esto no implica que en los diferentes contextos históricos y de fuerzas de poder, los procesos de significación se detengan, todo lo contrario estos, al igual que los procesos de producción material, se encuentran en constante dinamismo y resignificación. Aunque la producción de determinados significados puede consolidarse como un modo hegemónico de ver el mundo, esto no excluye la posibilidad de un posicionamiento de los sujetos, una distinción de sus ideas y una creación de significados alternos que irrumpen necesariamente en la transformación de los alimentos en llanas mercancías.

En la lectura de Rayner et al. el análisis es llevado un poco más lejos, puesto que se aborda el tema de la salud y las implicaciones que para ella tienen la mercatilización y el mercado mundial de alimentos, garantizado por los acuerdos de comercio en los que la liberalización se promueve como el principio de “equilibrio”. Así entonces, los autores no sólo realizan una crítica a las inequidades devenidas de la liberalización de los flujos de mercancías alimenticias, sino que además evidencian los problemas relacionados con las características de la dieta y el tipo de nutrición que están modelando los tratados comerciales. Con base en el análisis de la desestructuración de las “cadenas de comida” en un contexto de acuerdos de libre comercio, los autores tres posibles escenarios frente a la relación entre el comercio de comida y la salud alimenticia: uno donde la mercantilización de los alimentos prima sobre todas las cosas incluida la salud, otro donde se apela a una mayor conciencia sobre salud alimenticia; y finalmente otro donde la salud ocuparía un lugar central en los acuerdos comerciales. Ya que son los dos primeros escenarios los que cuentan mayores posibilidades de materializarse, los autores enfatizan en la necesidad de emprender acciones que contribuyan a que algunas consideraciones sobre la salud alimenticia sean consideradas en la política comercial.

Para terminar considero que las lecturas no sólo nos evidencian la necesidad de discutir y analizar la alimentación y la salud alimenticia en un contexto de globalización, sino que nos muestra el fuerte trabajo que debemos emprender para despojarnos de aproximadamente 70 años de revolución verde, producción masiva de alimentos y intensos hábitos consumistas. Las acciones no sólo pueden ser a nivel de las políticas, quizá deben ser trabajadas con mayor ahínco en los espacios más pequeños en donde la dependencia se ha arraiga a la pobreza y parece dejarnos pocas posibilidades.

[1] Acostumbrada a un ritmo de vida en el que la compra y consumo de comidas preelaboradas sea su “pan de cada día”.
[2] No porque no sea importante sino porque el mismo análisis podría hacerse con otros alimentos que cumplen un papel central en la cultura de otros grupos humanos.