jueves, 31 de mayo de 2007

Comentario 4

Quizá la diferencia principal entre el Tercer Mundo y el Cuarto Mundo al que nos acercan Castells (2003) y Davis (2004), es que el carácter de la pobreza es distinto.

En la emergencia del Tercer Mundo, la pobreza no sólo era uno de los aspectos que justificaban pensar que el planeta se encontraba dividido en tres partes, sino que era lo que a toda costa había que superar. Sólo así los países subdesarrollados tendrían la posibilidad de experimentar condiciones de vida similares a aquellas con las que se cuentan en los países del Primer Mundo.

En el Cuarto Mundo, en cierto sentido la pobreza o mejor la MISERIA, en vez de ser el foco de atención parecería representar aquello del cual el mundo “no quiere saber”, o aquello con lo cual “no se sabe que hacer”. La miseria del Cuarto Mundo corresponde a los “agujeros negros” o las “ciudades perdidas” del sistema, desde el punto de vista de aquellos que se encuentran en los nodos de la Sociedad Red. Quizá en estos espacios lo que menos importa es la superación de la miseria. Allí, ella se ha convertido en una condición estructural para la reproducción del sistema en los flujos de capital más absurdos y denigrantes. Piénsese en el trabajo informal que deben realizar los niños y niñas en los diversos agujeros negros del mundo.

Así entonces, a mediados del siglo XX los pobres eran los sujetos a quienes había que integrar al sistema. No obstante, al comenzar el siglo XXI, su integración ha resultado paradójicamente en una forma de exclusión funcional.

Por otra parte, aunque haya diferencias no puede negarse que tanto en el Tercer y en el Cuarto Mundo la pobreza ha sido creada, fabricada casi deliberadamente. El proceso descrito por Castells en el caso de África y la evaluación comparativa de Davis sobre los Programas de Ajuste Estructural (PAE), dan cuenta de ello.

Una vez más, me resulta interesante la metáfora utilizada por Castells para pensar las sociedades contemporáneas. La imagen de la Red nos permite vislumbrar las dinámicas contemporáneas tanto espacial como procesualmente. De ahí que podamos captar la idea de los “agujeros negros” y de cómo ellos abarcan “grandes áreas del globo…pero también esta presente en cada país, en cada ciudad, en esta nueva geografía de exclusión social” (Castells. pp.: 198). Así mismo, es bastante interesante el análisis sobre las dinámicas urbanas contemporáneas que presenta Davis, para analizar el surgimiento de nuevas ciudades (dentro o en inmediaciones a los nodos principales de la red) en las que la pobreza se urbaniza.

Para ambos autores, aunque de formas un poco distintas, el papel de la ciudad sigue ocupado un lugar central para entender las realidades contemporáneas. Y ello es debido, en el caso de Castells, porque este autor se centra en analizar el capitalismo informacional basado en la tecnología y en la primacía contemporánea del mercado de los servicios. En el caso se Davis, es debido a que su planteamiento se centra en las políticas internacionales de desregulación agrícola cuyo efecto principal es la “descampesinización”. En esta medida, ambos trabajos aluden un cambio en las relaciones rural/urbano, sin embargo al no abordarlo del todo parecen sugerir
– particularmente Davis – el fin del campesinado y por ende del campo en el que éste se encontraba. Y es ahí cuando me pregunto si es del todo así, o si en un futuro no muy lejano efectivamente los espacios rurales se vaciarán completamente de la gente que poseen menos recursos.

Es indudable que es una tendencia histórica la migración hacia las ciudades, es indudable que la dicotomía campo/ciudad ya no nos da para explicar las realidades, pero sin embargo me cuesta aceptar la idea de la “descampesinización” puesto que considero que la cosa es mucho más compleja. Considero que los sujetos, por mucho tiempo denominados “campesinos”, han adoptado y siguen adoptando diversas maneras de continuar en sus territorios, de aprovechar la movilidad espacial entre el campo y la ciudad, de obtener beneficios económicos de las dinámicas de producción agrícola pero también de la diversificación de sus labores. Recientemente, algunas investigaciones en Colombia han evidenciado que un gran porcentaje de los alimentos de los que se abastece Bogotá, continúan siendo producidos por pequeños productores.

A qué tipo de mundo (tercero, cuarto?) corresponde la situación vivida en la actualidad por la población rural en países como México o Colombia? ¿Qué condiciones deben manejar para vivir en el campo aunque no vivan de él?

Con esta reflexión no quiero poner en duda las realidades y procesos sociales a los que aluden Davis y Castells en los contextos urbanos, simplemente quisiera señalar dinámicas que también se dan en la actualidad en los contextos rurales y que considero no deberíamos dejar de cuestionar.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Comentario 3

El trabajo de Greger es un trabajo que ilustra con amplitud y gran variedad de datos la nueva emergencia de enfermedades transmitidas por animales, aunque no alcanza a elaborar una perspectiva teórica que nos permita entender las múltiples variables sociales, económicas y políticas que inciden en ese aparente “control” del hombre sobre la naturaleza. Sólo en algunos apartados alude a los cambios en los procesos de producción, los modos de vida, identifica los factores antrópicos que llevan a un cambio exacerbado de los entornos, o enuncia los nombres de grandes multinacionales que se han visto vinculadas con intoxicaciones de clientes. Es innegable que trabajos como estos ofrecen información y evidencias “científicas” sobre temas con los que apenas estamos familiarizados, sin embargo considero que algunos de estos análisis no asumen del todo una posición crítica frente a los contextos sociales de poder en el que se dan las condiciones para el surgimiento de las enfermedades. Ahora bien, el riesgo esta en que en cierta medida se asume a la humanidad como una entidad homogénea, carente de tensiones y desigualdades. Y aunque no sea esta la postura, el poco énfasis o la poca exploración de los factores y contradicciones sociales que existen, en todo caso puede llevar al lector(a) a asumir sin cuestionamientos la perversidad de la “naturaleza humana”. Hay mucho más detrás de esta trama de evidencias objetivas sobre la nueva emergencia de enfermedades infecciosas y es necesario plantearlo y difundirlo. De otra manera, nos quedaremos en la ilustración escalofriante y en la expansión del pánico, que no necesariamente conducen a la transformación de las problemáticas.

Adentrándome en los contenidos del texto, considero por otra parte, que este tipo de trabajos nos evidencia la mayor importancia que han adquirido las investigaciones sobre las enfermedades con una perspectiva histórica, aunque existen diferentes enfoques. Algunos de ellos asumen una perspectiva de la Historia Ambiental y otros aluden a los procesos de trasformación de las enfermedades a través del tiempo sin profundizar en la relación sociedad – naturaleza.

Considero que Greger para argumentar su planteamiento sobre la emergencia renovada de las enfermedades infecciosas alude a procesos históricos y los explica desde un punto de vista cercano a la ecología. Así entonces para responder a la pregunta de por qué emergen enfermedades en la actualidad cuando se supone que la humanidad ha desarrollado sus capacidades tecnológicas, Greger alude a diferentes momentos en que las enfermedades proliferaron. Un primer momento hace referencia a los procesos de domesticación de los animales, la mayor parte de ellos mamíferos, que esta relacionada con el establecimiento de los grupos sociales en un espacio específico y la mayor sedentarización de sus actividades. Otro momento significativo se da a lo largo de la revolución industrial – siglos XVIII y XIX - en la que surgen las llamadas “enfermedades de la civilización”: cáncer, diabetes, enfermedades del corazón, entre otras. Y finalmente, el resurgimiento de las enfermedades infecciosas, desde hace aproximadamente 30 años, relacionadas con los cambios ambientales drásticos que se han dado en todo el mundo, las formas de manejo de los ciclos de vida de animales domesticados como parte de procesos de producción masiva. Así entonces, el autor ofrece un variado espectro de casos en los que los virus y bacterias, no sólo se adaptan como cualquier otro organismo a los cambios ambientales, sino que desarrolla mecanismos que le permiten “saltar” de algún animal a la especie humana.
Por otra parte, Greger alude a una serie de enfermedades infecciosas que tienen origen en diferentes prácticas culturales, prácticas agropecuarias y patrones de consumo que estructuran diferentes tipos de mercados. Algo que hace posible pensar al – siguiendo los argumento del autor - al hombre como fabricante de sus propios males. ¿Es entonces el control, antes bien, una forma desconocimiento? Una respuesta afirmativa pondría en duda el status del método de conocimiento, tal y como se ha vuelto hegemónico en el contexto de la economía – mundo.

Con el texto, queda la sensación de que la lista de evidencias del resurgimiento de las enfermedades infecciosas puede seguir, así como podría seguir poniéndose en evidencia de las tecnologías, las tendencias en la producción y manejo de los animales con fines mercantiles. Sin embargo es de cuestionar si es el temor frente a la posibilidad de experimentar una pandemia cambiaría en lo fundamental esa manera de relacionarnos con la naturaleza, repercutiría en la disminución de las muertes de niños y madres, entre otros sujetos más propensos a las enfermedades infecciosas?

De igual modo como el discurso del desarrollo creo la pobreza del Tercer Mundo, en la cual se ha invertido inmensas cantidades de dinero, experimentamos la creación de enfermedades, tanto discursiva como objetivamente, cuyo propósito pareciera ser más bien la continuidad de los procesos de acumulación capitalista en sectores de producción donde la tecnología y el conocimiento experto tienen las de ganar.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Comentario 2

El distanciamiento entre la sociedad y la naturaleza es una tendencia hegemónica. La diferenciación, distinción un principio para el control y construcción de “lo natural”, como bien lo planteaba Castells acerca de manipulación de los ciclos biológicos.

Con los artículos de Lind & Barham (2004) y Rayner et. al. (2007) nuevamente nos acercamos a situaciones paradójicas del mundo contemporáneo acerca de la mercantilización de alimentos y las implicaciones para la salud, en cuya base esta justamente el extrañamiento de la naturaleza. Cabe resaltar que dicha diferenciación pareciera ser más sutil o más cargada de eufemismos a medida que la escala de los procesos aumenta y las posibilidades de comprender la dimensión de los flujos es para muchas personas inimaginable.

Ahora bien, de repente resulta más fácil comprender que una persona de la ciudad[1], no tenga mayor idea acerca del origen de los alimentos que se encuentran en su plato, ni mucho menos acerca de los procesos de producción que subyacen en ellos. Sin embargo, desde hace ya mucho tiempo – con la implementación de la revolución verde – en las áreas rurales este desconocimiento es evidente aunque no de igual forma. Que un campesino desconozca el proceso de producción de las semillas certificadas que utiliza en su trabajo agrícola es actualmente “lo natural”. De lo anterior se puede anotar que la mercantilización de las semillas, así como de los alimentos, atraviesa todos los espacios. Por esta razón, la diferenciación entre lo rural y lo urbano se estructura de otras formas en la actualidad, pero definitivamente no como una oposición dicotómica.

Adentrándome a los aportes de las lecturas, quisiera destacar la manera como Lind & Barhman encuentran casi una excusa[2] en la tortilla para hablar de los vínculos entre las dimensión de la economía política y la dimensión de lo cultural – simbólico, evidenciables en la mercantilización mundial de los alimentos. Asimismo, resulta muy interesante la manera como evidencian el papel de los significados en la transformación de un objeto en mercancía, retomando los trabajos de Appadurai (1986) y Radin (1996). Algo que definitivamente me trae a la memoria la idea de Sahlins (1976), quien desde mediados de los 70 ya planteaba los modos de producción simbólica como una dimensión simultánea a los modos de producción material. De este modo, los autores profundizan en los procesos de significación que intervienen en la construcción de mercancías e incluso exploran la objetivación, el carácter fungible, la conmensurabilidad y la equivalencia monetaria, como diferentes aspectos que indican si un elemento condensa o no un proceso de mercantilización. Siendo esta una cuestión de significados, el carácter sagrado de algunos objetos – tales como el maíz – causa inquietudes acerca de las implicaciones que trae su transformación en mercancías. Al reconstruir la historia social de la tortilla, desde la era colonial hasta la globalización, los autores concluyen que se produce profanación de la cultura de la tortilla. Sin embargo esto no implica que en los diferentes contextos históricos y de fuerzas de poder, los procesos de significación se detengan, todo lo contrario estos, al igual que los procesos de producción material, se encuentran en constante dinamismo y resignificación. Aunque la producción de determinados significados puede consolidarse como un modo hegemónico de ver el mundo, esto no excluye la posibilidad de un posicionamiento de los sujetos, una distinción de sus ideas y una creación de significados alternos que irrumpen necesariamente en la transformación de los alimentos en llanas mercancías.

En la lectura de Rayner et al. el análisis es llevado un poco más lejos, puesto que se aborda el tema de la salud y las implicaciones que para ella tienen la mercatilización y el mercado mundial de alimentos, garantizado por los acuerdos de comercio en los que la liberalización se promueve como el principio de “equilibrio”. Así entonces, los autores no sólo realizan una crítica a las inequidades devenidas de la liberalización de los flujos de mercancías alimenticias, sino que además evidencian los problemas relacionados con las características de la dieta y el tipo de nutrición que están modelando los tratados comerciales. Con base en el análisis de la desestructuración de las “cadenas de comida” en un contexto de acuerdos de libre comercio, los autores tres posibles escenarios frente a la relación entre el comercio de comida y la salud alimenticia: uno donde la mercantilización de los alimentos prima sobre todas las cosas incluida la salud, otro donde se apela a una mayor conciencia sobre salud alimenticia; y finalmente otro donde la salud ocuparía un lugar central en los acuerdos comerciales. Ya que son los dos primeros escenarios los que cuentan mayores posibilidades de materializarse, los autores enfatizan en la necesidad de emprender acciones que contribuyan a que algunas consideraciones sobre la salud alimenticia sean consideradas en la política comercial.

Para terminar considero que las lecturas no sólo nos evidencian la necesidad de discutir y analizar la alimentación y la salud alimenticia en un contexto de globalización, sino que nos muestra el fuerte trabajo que debemos emprender para despojarnos de aproximadamente 70 años de revolución verde, producción masiva de alimentos y intensos hábitos consumistas. Las acciones no sólo pueden ser a nivel de las políticas, quizá deben ser trabajadas con mayor ahínco en los espacios más pequeños en donde la dependencia se ha arraiga a la pobreza y parece dejarnos pocas posibilidades.

[1] Acostumbrada a un ritmo de vida en el que la compra y consumo de comidas preelaboradas sea su “pan de cada día”.
[2] No porque no sea importante sino porque el mismo análisis podría hacerse con otros alimentos que cumplen un papel central en la cultura de otros grupos humanos.

jueves, 10 de mayo de 2007

Comentario 1

Las dinámicas sociales que se dan a escala mundial han conducido al ejercicio de comprensión de los complejos procesos contemporáneos, pero también la identificación de las dificultades intrínsecas a los conceptos con los cuales las disciplinas sociales “explican” la realidad. De este modo, tiempo y espacio pasan al centro de las discusiones teóricas e históricas. Mientras que Wallerstein, en este texto, se remite a las categorías con las cuales se han elaborado los análisis, Castells nos ofrece una lectura sobre los múltiples procesos contemporáneos que evidencian la necesidad de comprender el espacio como el tiempo de una forma distinta. Aunque no parten de las mismas perspectivas, ambos coinciden en la materialidad de las representaciones sociales de tiempo y espacio, y por consiguiente en el importante papel jugado por la dimensión espacial; muchas veces supeditada o asumida naturalmente dentro de la dimensión temporal.

Es así como Wallerstein, retoma los planteamientos de Braudel sobre los diversos tiempos a partir de los cuales se comprenden los procesos históricos, para señalar los distintos tipos de espacio que se encuentran asociados. De ahí que enfatice en la unidad de las categorías de tiempo y espacio, más que en la correspondencia que entre ellas se puede dar. “… el tiempo y el espacio no son dos categorías separadas, sino una sola: lo que yo denomino TiempoEspacio”. Para Wallerstein, se trata entonces de romper, o mejor trascender las barreras que nos establecen los conceptos – y por lo tanto nuestro lenguaje clasificatorio –, sobre todo cuando estos ya nos permiten dar cuenta de la complejidad de las realidades sociales. Tiempo episódico – espacio geopolítico inmediato, tiempoespacio coyuntural, tiempoespacio estructural, tiempoespacio eterno, son todas ellas categorías que hacen referencia a cómo conceptualizamos y medimos los procesos. Aquí el punto no es tanto la pertinencia o mayor importancia de cada uno de estos TtiempoEspacio, sino antes bien, hasta dónde cada una de las categorías nos permite comprender las realidades y dar cuenta del por qué de los procesos. Ahora bien, para Wallerstein no basta con decir que los acontecimientos tomados como datos “descubiertos” pueden conducirnos a una ceguera, sino que es fundamental ser cuidadosos con la manera “como utilizamos las realidades del TiempoEspacio”. En este sentido, es importante reflexionar hasta donde, categorías como centro – periferia, Norte – Sur, Occidente – Oriente, nos ayudan o condicionan nuestros análisis. Para Wallerstein, este asunto de la reflexión sobre las categorías de TiempoEspacio más que apuntar a la objetividad propia de las perspectivas idiográficas y nomotéticas, apunta a la necesidad de abordar con más detenimiento los momentos de “crisis” y “transición” a través de los cuales se pone en consideración el Kairos o el TiempoEspacio donde la transformación tiene lugar gracias a la elección humana.

En el trabajo de Castells, la tarea de repensar las nociones de espacio y tiempo va unida a su concepción de la sociedad actual como una red informacional. En ella los flujos, los ejes y los nodos que se constituyen a escala global son los que permiten dar cuenta de la acumulación intensiva y acelerada de capital. En este sentido, las categorías de espacio y tiempo, de forma similar a los planteamientos de Harvey, son analizadas con relación a los modos de producción contemporáneos. Es de esta manera como ambas construcciones expresan su carácter material y evidencian la manera como inciden de formas concretas en las vidas de los grupos sociales. Al analizar la consolidación del espacio de los flujos, las ciudades globales se presentan como la expresión más palpable de la construcción social del espacio. No obstante ellas no pueden seguir siendo conceptualizadas bajo los parámetros de centro – periferia, la contiguidad territorial o la división entre lo rural y lo urbano. “La ciudad global no es un lugar, sino un proceso. Un proceso mediante el cual los centros de producción y consumo de servicios avanzados y sus sociedades locales auxiliares se conectan en una red global en virtud de los flujos de información, mientras que a la vez restan importancia a las conexiones con sus entornos territoriales”.(Castells, 1999). En esta medida, tampoco pueden ser pensadas de forma aislada, sino como parte de las redes que conforman con otros centros. Quizá los aportes más significativos del autor en este punto es evidenciar, a través de casos concretos, las distintas dinámicas que ellas protagonizan, pero además el importante papel que ellas seguirán jugando a pesar del espacio virtual en el que se dan los procesos de producción y distribución de servicios de información. De su análisis sobre el tiempo, vale la pena destacar la constante adecuación que se hace de esta dimensión en función de los procesos productivos y la regulación de los mercados financieros. Las transacciones en tiempo real, las empresas de tiempo flexible, la menor duración de la vida laboral, el sentido de inmediatez que caracteriza el tiempo virtual, son entre otros fenómenos los que expresan el carácter del tiempo en la sociedad de los flujos y los que llevan a Castells a plantear el carácter “atemporal” que lo caracteriza.

Para Castells el espacio de los flujos pareciera desestructurar el tiempo, entendido como la secuencia en la que se dan los acontecimientos. Esta idea lo acerca en un grado significativo a las postulados posmodernistas del “fin de la historia” y lo hace consagrar la idea de la eternidad, de inamovilidad, que justamente trata de socavar Wallerstein a través de la consideración del kairos o el tiempo de la elección humana, basado en una perspectiva dialéctica sobre el cambio social en la que hay espacio para la acción humana deliberada. En esta medida, mientras que la sociedad red que plantea Castells consagra el predominio del espacio de los flujos, el sistema – mundo de Wallerstein esta condicionado a los procesos históricos que le dan fundamento.