miércoles, 16 de mayo de 2007

Comentario 2

El distanciamiento entre la sociedad y la naturaleza es una tendencia hegemónica. La diferenciación, distinción un principio para el control y construcción de “lo natural”, como bien lo planteaba Castells acerca de manipulación de los ciclos biológicos.

Con los artículos de Lind & Barham (2004) y Rayner et. al. (2007) nuevamente nos acercamos a situaciones paradójicas del mundo contemporáneo acerca de la mercantilización de alimentos y las implicaciones para la salud, en cuya base esta justamente el extrañamiento de la naturaleza. Cabe resaltar que dicha diferenciación pareciera ser más sutil o más cargada de eufemismos a medida que la escala de los procesos aumenta y las posibilidades de comprender la dimensión de los flujos es para muchas personas inimaginable.

Ahora bien, de repente resulta más fácil comprender que una persona de la ciudad[1], no tenga mayor idea acerca del origen de los alimentos que se encuentran en su plato, ni mucho menos acerca de los procesos de producción que subyacen en ellos. Sin embargo, desde hace ya mucho tiempo – con la implementación de la revolución verde – en las áreas rurales este desconocimiento es evidente aunque no de igual forma. Que un campesino desconozca el proceso de producción de las semillas certificadas que utiliza en su trabajo agrícola es actualmente “lo natural”. De lo anterior se puede anotar que la mercantilización de las semillas, así como de los alimentos, atraviesa todos los espacios. Por esta razón, la diferenciación entre lo rural y lo urbano se estructura de otras formas en la actualidad, pero definitivamente no como una oposición dicotómica.

Adentrándome a los aportes de las lecturas, quisiera destacar la manera como Lind & Barhman encuentran casi una excusa[2] en la tortilla para hablar de los vínculos entre las dimensión de la economía política y la dimensión de lo cultural – simbólico, evidenciables en la mercantilización mundial de los alimentos. Asimismo, resulta muy interesante la manera como evidencian el papel de los significados en la transformación de un objeto en mercancía, retomando los trabajos de Appadurai (1986) y Radin (1996). Algo que definitivamente me trae a la memoria la idea de Sahlins (1976), quien desde mediados de los 70 ya planteaba los modos de producción simbólica como una dimensión simultánea a los modos de producción material. De este modo, los autores profundizan en los procesos de significación que intervienen en la construcción de mercancías e incluso exploran la objetivación, el carácter fungible, la conmensurabilidad y la equivalencia monetaria, como diferentes aspectos que indican si un elemento condensa o no un proceso de mercantilización. Siendo esta una cuestión de significados, el carácter sagrado de algunos objetos – tales como el maíz – causa inquietudes acerca de las implicaciones que trae su transformación en mercancías. Al reconstruir la historia social de la tortilla, desde la era colonial hasta la globalización, los autores concluyen que se produce profanación de la cultura de la tortilla. Sin embargo esto no implica que en los diferentes contextos históricos y de fuerzas de poder, los procesos de significación se detengan, todo lo contrario estos, al igual que los procesos de producción material, se encuentran en constante dinamismo y resignificación. Aunque la producción de determinados significados puede consolidarse como un modo hegemónico de ver el mundo, esto no excluye la posibilidad de un posicionamiento de los sujetos, una distinción de sus ideas y una creación de significados alternos que irrumpen necesariamente en la transformación de los alimentos en llanas mercancías.

En la lectura de Rayner et al. el análisis es llevado un poco más lejos, puesto que se aborda el tema de la salud y las implicaciones que para ella tienen la mercatilización y el mercado mundial de alimentos, garantizado por los acuerdos de comercio en los que la liberalización se promueve como el principio de “equilibrio”. Así entonces, los autores no sólo realizan una crítica a las inequidades devenidas de la liberalización de los flujos de mercancías alimenticias, sino que además evidencian los problemas relacionados con las características de la dieta y el tipo de nutrición que están modelando los tratados comerciales. Con base en el análisis de la desestructuración de las “cadenas de comida” en un contexto de acuerdos de libre comercio, los autores tres posibles escenarios frente a la relación entre el comercio de comida y la salud alimenticia: uno donde la mercantilización de los alimentos prima sobre todas las cosas incluida la salud, otro donde se apela a una mayor conciencia sobre salud alimenticia; y finalmente otro donde la salud ocuparía un lugar central en los acuerdos comerciales. Ya que son los dos primeros escenarios los que cuentan mayores posibilidades de materializarse, los autores enfatizan en la necesidad de emprender acciones que contribuyan a que algunas consideraciones sobre la salud alimenticia sean consideradas en la política comercial.

Para terminar considero que las lecturas no sólo nos evidencian la necesidad de discutir y analizar la alimentación y la salud alimenticia en un contexto de globalización, sino que nos muestra el fuerte trabajo que debemos emprender para despojarnos de aproximadamente 70 años de revolución verde, producción masiva de alimentos y intensos hábitos consumistas. Las acciones no sólo pueden ser a nivel de las políticas, quizá deben ser trabajadas con mayor ahínco en los espacios más pequeños en donde la dependencia se ha arraiga a la pobreza y parece dejarnos pocas posibilidades.

[1] Acostumbrada a un ritmo de vida en el que la compra y consumo de comidas preelaboradas sea su “pan de cada día”.
[2] No porque no sea importante sino porque el mismo análisis podría hacerse con otros alimentos que cumplen un papel central en la cultura de otros grupos humanos.

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