miércoles, 20 de junio de 2007

Comentario 7

Si bien los textos correspondientes abordan dos campos diferentes, por un lado la producción agroalimentaria alternativa y por otro lado la restauración ecológica, tienen varios puntos de encuentro.

Como primera medida giran en torno al “campesinado” como actor principal del desarrollo de este tipo de propuestas. Cuando utilizo este concepto me estoy refiriendo a los pequeños y medianos propietarios y productores que se asientan en las zonas rurales. Es este sector de la población (hombres y mujeres, por supuesto) en quienes recae buena parte de la posibilidad de consolidar los mercados alternativos y/o la posibilidad de restablecer en algún grado los atributos de los ecosistemas que se han deteriorado. Si bien la realidad económica, ecológica y social que ellos viven es quizá la más difícil, así mismo la posibilidad de generar mejores condiciones de vida representa para ellos un gran desafío. Sin el campesinado, el consumo reflexivo - del que nos habla Alma Gonzáles - no tiene muchas posibilidades, en tanto que la restauración ecológica no puede tener alguna continuidad en el mediano y largo plazo.

Un segundo punto de encuentro es la noción de territorio del que parten y que proyectan. Es el campesinado el que ha permanecido en sus localidades, a pesar de las difíciles situaciones de marginación económica e incluso de exclusión espacial mediante la definición de Áreas Naturales Protegidas. Dichas tendencias a la permanencia, para mi constituyen indicios de una manera particular de experimentar el espacio rural, de vivir en él, de aprovecharlo estratégicamente y en cierta medida de reivindicarlo como un espacio de vida. Estas reivindicaciones (explicitas o implícitas) pueden estar relacionadas con el ejercicio de la propiedad que tienen la posibilidad de ejercer, porque como bien se dice no hay nada mejor que “vivir en lo propio”. Pero además frecuentemente están cargadas de significados a través de los cuales se consolida “el arraigo” y así entonces el sentido de pertenencia a un determinado territorio. Estas reflexiones frente al modo de asumir el espacio vivido, son las que me han conducido a enfocar el territorio como un aspecto fundamental para comprender al campesinado contemporáneo, y por consiguiente para promover cualquier tipo de acción que tenga como fin el apoyo al campesinado y la conservación de sus territorios (en cuanto propiedad y en cuanto entorno ecológico). Incluso podría argumentar que sólo de esta manera, la restauración ecológica con participación comunitaria tiene sentido para el campesinado. Sólo de esta manera, los pobladores locales emprenderán y consolidarán procesos colectivos que tiendan a la recuperación de la vegetación nativa, los nacimientos de agua, la fertilidad de los suelos, entre otras acciones que comprende la restauracion.

Considero que el artículo de Alma también existe una idea distinta del territorio. Desde mi punto de vista, la idea de propender por la proximidad territorial en los intercambios de alimentos, hace referencia a los procesos de desterritorialización devenidos de la internacionalización de la economía capitalista y de las políticas de importación de alimentos que ponen en jaque a productores y consumidores, socavando aún más las soberanías territoriales y por ende alimentarias. Incluso la critica que la autora hace a la dependencia a los mercados extranjeros, evidencia el modo tajante como se plantea el papel del territorio y el valor estratégico que se le otorga. Aquí ya no solamente es un territorio para los campesinos, es un territorio para productores y consumidores que reivindican el “cara a cara”, el contacto y el respeto por el otro y por la vida digna de todos.

Y un tercer elemento en el que confluyen, es la alusión a la investigación – acción, como metodología de trabajo. Al respecto considero que existen muchas maneras de asumir e implementar este tipo de metodología. Por otra parte, esta el hecho de hasta dónde efectivamente uno puede llegar y hasta dónde los actores van a asumir su participación. En este sentido, nuestros textos no deben ser leídos como referentes de una realidad acabada, sino antes bien como una realidad que aún esta en juego, que no empieza ni culmina en un texto escrito y que sólo adquiere la dinamicidad y el estatus de proceso social con el esfuerzo de muchos y muchas...

lunes, 18 de junio de 2007

Comentario 5

¡Lo natural por supuesto! He ahí el problema al que nos apunta la ecología histórica o la historia ambiental, como disciplinas que trabajan en las zonas límites de otras más recocidas. Asimismo, se trata de un debate añejo en la antropología centrado en la relación entre naturaleza y sociedad o como lo prefieren algunos autores entre naturaleza y cultura. Dicho debate ha puesto y sigue poniendo en tela de juicio las bases del conocimiento científico producido en muchos campos.

Ahora bien, son innegables las capacidades que ha consolidado la arqueología de integrar su forma de producir conocimiento con disciplinas afines como la historia pero también con otras más distantes como la ecología. En este sentido, las propuestas de Steward han cumplido un papel fundamental para diferentes investigadores, particularmente arqueólogos, aunque recientemente otro tipo de investigadores interesados en contemplar con mayor cuidado la dimensión espacial (el entorno, el ambiente) en los procesos sociales. Recientes artículos (Boehn, Tomé) incluso se han dedicado a relacionar nuevas temas de investigación (el conflicto ambiental, los cambios sociales que se reflejan en los entornos, el imperialismo o la deuda ecológica) con los trabajos adelantados por Steward. Más que un renovado interés por el autor, encuentro yo una necesidad de vincular nuestros modos de plantear nuevos problemas con inquietudes y maneras de asumir problemáticas anteriores.

Entrando en materia, considero que los textos de Denevan y Clearly, más cercanos a la arqueología nos dan cuenta ya no de un debate filosófico acerca del dualismo entre naturaleza y sociedad, sino de la objetividad del dato o de la evidencia objetiva que debe recibir una adecuada interpretación. Al poner justamente el énfasis en la intervención del hombre en la naturaleza, es que los conceptos de “natural” y de “paisaje” adquieren un nuevo carácter. Es de esta misma manera como la naturaleza prístina de los indígenas se evidencia como mito, e incluso como un mito que ocultó el genocidio de los habitantes de los territorios precolombinos, de acuerdo con la postura de Denevan.

Pero si la naturaleza ha sido intervenida a lo largo de la historia humana, no es posible ignorar la sorprendente capacidad de regeneración de los ecosistemas. De este modo, ni los nativos pueden seguir viéndose como sujetos pasivos, ni los mismos ecosistemas. Ellos son vida en constante dinámica y adaptación, más que entidades que abstraemos de la realidad y que por lo mismo estabilizamos en el curso del tiempo. Si lo natural no es tan natural como creíamos, y si la degradación actual se relaciona con la larga historia de intervención de la naturaleza, ¿qué sentido tiene el afán proteccionista que busca delimitar y aislar áreas de la acción humana como piezas de museo de gran escala? ¿En realidad, dónde esta el problema? ¿Qué es lo que en el fondo se persigue? A través de este tipo de inquietudes que nos sugiere al final de su artículo Denevan, son las que nos evidencian no sólo la trascendencia de una perspectiva histórica, sino de la posibilidad que tienen estos trabajos para sugerirnos interrogantes en la actualidad. En este sentido, aunque Clearly considere que su trabajo sobre las transformaciones de los paisajes sea únicamente una imagen para leer el pasado, dicha palimpsesto tiene por función también sugerirnos (no necesariamente resolvernos) inquietudes y modos de asumir problemáticas que en apariencia parecen novedosas, pero que a la larga nos hablan del eterno retorno de la condición humana en su relación con el entorno.

No sólo son los mitos del descubrimiento de América son los que tenemos que reflexionar, también aquellos que estamos acostumbrados a utilizar cuando tratamos de explicar la degradación de los entornos u otras problemáticas contemporáneas. Justamente considero que los trabajos recientes relacionados con la ecología política, las tensiones y contradicciones de la política ambiental tratan de evidenciar los mitos a través de la decosntrucción de los discursos y los “dispositivos de poder” de los que nos habla Leff (imágenes, ideas, explicaciones, etc que se difunden y conforman regímenes de verdad, como plantea Foucault). Y en todo caso, no me quedo convencida que desvelarlos sea suficiente, aunque considere que es un gran paso en la posibilidad de pensar y hacer antropología reflexivamente.

viernes, 15 de junio de 2007

Comentario 6

Es indudable que el tema de la relación naturaleza – sociedad evidencia una explosión diversa de discusiones multidisciplinarias. Los textos de Leff y Paige nos dan cuenta de alguna parte de ellas, aunque sus planteamientos se encuentran en campos cercanos pero distintos. Mientras Leff parte de las discusiones ecológicas para delinear su concepción del desarrollo sustentable, Paige parte de la antropología para ofrecer una lectura crítica del discurso y practica de la “conservación como desarrollo”. Casi podría decirse que la postura de Leff es constructivista, mientras que la de Paige es la deconstrucción. Viendo así las cosas, se concluiría que Leff ofrece una postura crítica al régimen capitalista pero permanece integrado al campo discursivo del desarrollo. Paige deja entrever una postura independiente que le permite hablar abiertamente de las situaciones conflictivas y contradictorias del discurso y la acción de este modelo de desarrollo.

Con solo dos años de haberse publicado estos trabajos nos evidencian el salto cualitativo que se da en la investigación. Para Paige el problema de investigación ya no gira en torno – como en el caso de Leff- en cómo pensar y hacer el cambio social. Difícilmente podría decirse que la autora adopta el “punto de vista del nativo”. Asimismo, su narrativa no lineal de los acontecimientos y el estilo mismo de abordar la problemática – producción social de la naturaleza y las relaciones sociales en torno a dicha producción – nos evidencian un carácter distinto del análisis antropológico. Dado que este trabajo es bastante cercano a mi tema de investigación y a la perspectiva de análisis que quisiera emplear, me resulta imposible no pensar en el texto en términos teóricos y metodológicos. Cuando Paige se hace la pregunta acerca de cómo abordar etnográficamente el proceso dialéctico entre espacio, lugar, tiempo, naturaleza y sociedad, entendí que ¡somos varios quienes andamos en este intento! Por eso considero que trabajar en los límites disciplinarios exige mucha creatividad.

Curiosamente, Paige al final del análisis sobre la construcción de Crater Mountain retorna a cuestiones clásicas de la antropología: “el intercambio de dones” y nos ofrece una interpretación sucinta sobre la posición de los “Gimi” y la manera como entablan relaciones sociales con los agentes de la conservación. Esto es así porque su análisis, en buena medida se centra en el análisis antropológico de la producción de lugares acordes con modelo de desarrollo que media con la perspectiva de la conservación. Si bien estoy de acuerdo con que la antropología ya no se localiza estrictamente en un lugar, pienso que nos enfrentamos con la dificultad metodologica (y de tiempo por supuesto) de poder hacer un análisis que nos permita profundizar en la multiplicidad de aspectos y mundos de los actores a quienes nos acercamos. En todo caso representa un aliciente para dar continuidad a las investigaciones.

Acerca del texto de Leff me parece importante destacar su interes por el conocimiento de las comunidades campesinas e indígenas, algo que – creo yo – engloba bajo el concepto de cultura. Justamente el problema de utilizar conceptos tan amplios radica en que no podemos dar cuenta de la infinidad de situaciones que pueden presentarse en torno a una problemática concreta. Si bien Leff es reconocido por su perspectiva política de la ecología, encuentro desalentadora la ausencia de una lectura de los conflictos ambientales, más allá de una interpretación que ubica en posiciones diametralmente opuestas a aquellos que se rigen por una racionalidad capitalista y aquellos que al parecer no (comunidades indígenas y campesinas). Considero que la reivindicación del conocimiento “local” debería ser menos demagógica y mucho más estratégica. Es la gente del campo, de las comunidades quienes más claro lo tienen. Y en todo caso, siempre nos darán sorpresas, porque lo más probable es que sus acciones no se asemejen en mucho a nuestros ideales.