lunes, 18 de junio de 2007

Comentario 5

¡Lo natural por supuesto! He ahí el problema al que nos apunta la ecología histórica o la historia ambiental, como disciplinas que trabajan en las zonas límites de otras más recocidas. Asimismo, se trata de un debate añejo en la antropología centrado en la relación entre naturaleza y sociedad o como lo prefieren algunos autores entre naturaleza y cultura. Dicho debate ha puesto y sigue poniendo en tela de juicio las bases del conocimiento científico producido en muchos campos.

Ahora bien, son innegables las capacidades que ha consolidado la arqueología de integrar su forma de producir conocimiento con disciplinas afines como la historia pero también con otras más distantes como la ecología. En este sentido, las propuestas de Steward han cumplido un papel fundamental para diferentes investigadores, particularmente arqueólogos, aunque recientemente otro tipo de investigadores interesados en contemplar con mayor cuidado la dimensión espacial (el entorno, el ambiente) en los procesos sociales. Recientes artículos (Boehn, Tomé) incluso se han dedicado a relacionar nuevas temas de investigación (el conflicto ambiental, los cambios sociales que se reflejan en los entornos, el imperialismo o la deuda ecológica) con los trabajos adelantados por Steward. Más que un renovado interés por el autor, encuentro yo una necesidad de vincular nuestros modos de plantear nuevos problemas con inquietudes y maneras de asumir problemáticas anteriores.

Entrando en materia, considero que los textos de Denevan y Clearly, más cercanos a la arqueología nos dan cuenta ya no de un debate filosófico acerca del dualismo entre naturaleza y sociedad, sino de la objetividad del dato o de la evidencia objetiva que debe recibir una adecuada interpretación. Al poner justamente el énfasis en la intervención del hombre en la naturaleza, es que los conceptos de “natural” y de “paisaje” adquieren un nuevo carácter. Es de esta misma manera como la naturaleza prístina de los indígenas se evidencia como mito, e incluso como un mito que ocultó el genocidio de los habitantes de los territorios precolombinos, de acuerdo con la postura de Denevan.

Pero si la naturaleza ha sido intervenida a lo largo de la historia humana, no es posible ignorar la sorprendente capacidad de regeneración de los ecosistemas. De este modo, ni los nativos pueden seguir viéndose como sujetos pasivos, ni los mismos ecosistemas. Ellos son vida en constante dinámica y adaptación, más que entidades que abstraemos de la realidad y que por lo mismo estabilizamos en el curso del tiempo. Si lo natural no es tan natural como creíamos, y si la degradación actual se relaciona con la larga historia de intervención de la naturaleza, ¿qué sentido tiene el afán proteccionista que busca delimitar y aislar áreas de la acción humana como piezas de museo de gran escala? ¿En realidad, dónde esta el problema? ¿Qué es lo que en el fondo se persigue? A través de este tipo de inquietudes que nos sugiere al final de su artículo Denevan, son las que nos evidencian no sólo la trascendencia de una perspectiva histórica, sino de la posibilidad que tienen estos trabajos para sugerirnos interrogantes en la actualidad. En este sentido, aunque Clearly considere que su trabajo sobre las transformaciones de los paisajes sea únicamente una imagen para leer el pasado, dicha palimpsesto tiene por función también sugerirnos (no necesariamente resolvernos) inquietudes y modos de asumir problemáticas que en apariencia parecen novedosas, pero que a la larga nos hablan del eterno retorno de la condición humana en su relación con el entorno.

No sólo son los mitos del descubrimiento de América son los que tenemos que reflexionar, también aquellos que estamos acostumbrados a utilizar cuando tratamos de explicar la degradación de los entornos u otras problemáticas contemporáneas. Justamente considero que los trabajos recientes relacionados con la ecología política, las tensiones y contradicciones de la política ambiental tratan de evidenciar los mitos a través de la decosntrucción de los discursos y los “dispositivos de poder” de los que nos habla Leff (imágenes, ideas, explicaciones, etc que se difunden y conforman regímenes de verdad, como plantea Foucault). Y en todo caso, no me quedo convencida que desvelarlos sea suficiente, aunque considere que es un gran paso en la posibilidad de pensar y hacer antropología reflexivamente.

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